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Ruínas do antigo Monastério de São Menas |
PANAYIOTIS CHRISTOU
La vida monástica en la Iglesia
ortodoxa oriental
Reimpresión de "The Orthodox Ethos",
Studies in Orthodoxy
vol. 1, Ed. by A.J.Philippou
Traducido del inglés al español por:
Joaquín Cortés Belenguer joaquincortesb@terra.es
El origen de la vida monástica
Durante el siglo IV de nuestra era surgió dentro dela
Iglesia un fuerte movimiento de retiro de la sociedad organizada al desierto un
movimiento que tuvo un crecimiento aún mayor en el periodo subsiguiente" Para
los historiadores han interpretar
el repentino surgir de este movimiento siendo dos de ellas las más aceptadas"
Según la propuesto
diversas hipótesis en la vida monástica tendría su origen en las religiones orientales primera
tanto en soledad las
que se practicaba el ascetismo desde tiempos antiguos la vida monástica absoluta
como en monasterios" A tenor de la segunda proporcionaba una salida cuando el
contacto cercano del cristianismo con el con el inevitable decaimiento de las
normas mundo
provocaba una reacción morales"
La primera de las hipótesis carece de fundamento, puesto que ha sido imposible
descubrir históricamente una conexión entre el ascetismo oriental y la vida
monacal cristiana. Además, si el cristianismo hubiera recibido tal influencia,
ésta hubiera provenido de los grupos ascéticos de la secta de los esenios, en
cuyo ambiente nació el cristianismo; sin embargo, la vida monástica apareció
bastante después de la desaparición de las comunidades esenias. Lo cual no
significa, por supuesto, que en sus etapas posteriores la vida monástica no
tuviera ciertas características comunes con las comunidades esenias y
neopitagóricas. La segunda hipótesis es igualmente inaceptable, puesto que
existían numerosos ermitaños vivendo a campo raso incluso con anterioridad al
reconocimiento del cristianismo por Constantino el Grande. La vida monástica es
un modo de vida que surgió dentro de la Iglesia y se desarrolló orgánicamente
llevando hasta sus límites los principios de la moral cristiana. En efecto,
aunque el cristianismo no nació como una filosofía pesimista ni como una fuerza
con pretensiones de disolver la sociedad, se regía sin embargo por principios
distintos de los de la sociedad de aquel tiempo. Puso su atención por completo
en el centro de la vida y se despreocupó de la periferia. Una cosa tenía un
valor supremo para el hombre: el alma, al lado de la cual el mundo entero es
insignificante. "Y qué aprovecha al hombre ganar todo el mundo si pierde su
alma?" (Mateo 16,26). Las cosas de este mundo dificultan los movimientos del
alma, y los bienes de este mundo se acumulan en torno a ella, sofocándola e
impidiendo que se desarrolle en una personalidad armoniosa. Por consiguiente al
hombre le espera una ardua lucha si pretende liberarse de su yo más bajo, el
cual pertenece a lo mundano, y desarrollar su yo superior e ideal, que le
posibilitará presentarse enérgicamente ante Dios. En este esfuerzo, tal y como
declaró Jesucristo, el hombre deberá someterse a si mismo y a sus actos a un
examen riguroso. Tiene que alejarse de muchos bienes mundanos para obtener el
tesoro celestial, y someterse a la prueba del sufrimiento para purificar su
voluntad.
Basándose en estos principios los primeros cristianos vivían de acuerdo a un
plano moral excepcionalmente elevado; pero algunos de ellos quisieron ascender a
una austeridad mayor, privándose de más bienes y sometiéndose a una mayor
automoderación, a ayuno y a oración. Para un cristiano el matrimonio es algo
honorable, un gran sacramento, pero no deja de ser una institución de este
mundo, mientras que en el más allá los hombres vivirán como ángeles. Por esta
razón, quienes podían lo evitaban; algunos buscaron salvar esto sustituyéndolo
con una especie de matrimonio espiritual, en el que hombre y mujer convivían en
pureza (1ª a Corintios VII, 36 y ss.) Muchas viudas evitaban el matrimonio, y
las vírgenes se negaban por completo a casarse. Estas mujeres se organizaban en
sociedades especiales, en primer lugar por su propia protección, y en segundo
lugar para encauzar su actividad en trabajo social. Es aquí donde encontramos la
primera forma de vida monástica que se desarrolló dentro del marco de la
comunidad cristiana organizada.
El desarrollo de la vida monástica
A mediados del s. III la persecución contra los cristianos era tal que muchos de
ellos se vieron obligados a retirarse de las ciudades. A principios del s. IV la
situación incluso empeoró, cuando la duración de las persecuciones fue mayor, de
modo que aquellos que se habían retirado permanecieron en el campo abierto por
un periodo mayor. Se acostumbraron tanto a vivir allí que establecieron allí una
morada permanente, lejos de la sociedad del mundo desgarrada por el odio.
Cesaron las persecuciones, pero la persecución secular había llegado a ser un
elemento inseparable en la vida de los cristianos, y muchos de ellos no podían
concebir una vida libre de perseguidores. De este modo se convirtieron en
perseguidores de ellos mismos: se fueron a las montañas, y se sometieron a
privación y sufrimiento. En lugar de la "sangre del martirio", con la que
terminaba una lucha con hombres violentos, se sometían ellos mismos al "martirio
de la conciencia", el cual consistía en una lucha contra demonios. En lo
sucesivo las montañas se convirtieron en morada de ermitaños, y gradualmente
también de comunidades organizadas de monjes. Con el paso del tiempo cada vez
más lugares remotos se buscaban como refugios ascéticos, como el monte Atos y
Meteora. Cuanto más lejos vivían los ascetas, mayores eran la reverencia y la
admiración que evocaban en la gente común. El primer ermitaño conocido fue Pablo
de Tebas, pero el primer guía real de la vida en el desierto fue Antonio el
Grande (m.356), cuya vida escribió con perspicacia y amor Atanasio el Grande.
Vivió en el desierto durante más de setenta años, y sólo iba a Alejandría cuando
la ocasión lo requería; es decir, cuando se enteraba de alguna persecución, para
dar ánimo a los que sufrían. Su fama le valió la consideración de Constantino el
Grande, el cual solicitaba con frecuencia su consejo mediante carta. Pero en
particular despertó el entusiasmo de muchos hombres sencillos que imitaron su
ejemplo. Llevaban una vida de total aislamiento, y únicamente cuando necesitaban
consejo visitaban a Antonio o a algún otro monje mayor, un abba. En ocasiones
sucedía que uno de ellos fallecía y pasaban días antes de que los otros ascetas
se enteraran de ello. Cada anacoreta organizaba su propia oración, refugio, ropa,
alimento y trabajo. Su trabajo consistía principalmente en hacer objetos de paja,
que vendían en mercados de la región. Únicamente los domingos acudían a la
iglesia más cercana, para oran juntos y recibir la Sagrada Comunión. De este
modo, la vida de los ermitaños quedaba fuera del control total de la Iglesia.
Era evidente que el aislamiento absoluto conducía a acciones arbitrarias y no se
adhería a todas las exigencias del Evangelio cristiano. En primer lugar no había
supervisión espiritual de los ermitaños ni tampoco, en segundo lugar, sus
actividades iban dirigidas a servir al prójimo. De ello se percataron algunos de
los grandes ascéticos, quienes emprendieron la oportuna reforma: Hilario en la
región de Gaza; Amonio en Nitria, y Macario en Sketis (Egipto). Los tres
vivieron durante el s. IV. Hicieron del principal mercado de la región, donde
los monjes vendían sus productos, su centro de acción. Como dichos mercados
recibieron el nombre de lavras, los establecimientos monásticos junto a ellos
también fueron llamados del mismo modo. Los ermitaños vivían en numerosas celdas
construidas en torno a las lavras, a tal distancia que no se pudieran ver ni oir
los unos a los otros. En esta vida comunal , la independencia se sometía a
cierto límite; y además, en la ascesis era posible un elemento de flexibilidad.
Cada cierto tiempo, el jefe de la lavra examinaba las celdas y ejercía cierto
grado de autoridad sobre los ermitaños. Además, éstos se reunían para la oración
en común de los sábados y los domingos. El resto: refugio, ropa, alimento y
trabajo lo regulaba cada uno de ellos para sí mismo.
El sistema cenobítico
Pacomio (m.346) en Egipto dio un paso adelante. Además de la administración y de
la oración, puso bajo supervisión el refugio, la ropa, la dieta y el trabajo de
los monjes. Habitualmente vivían en dormitorios espaciosos. Se puede decir que
con este sistema el monasticismo era más fácil al vivir los monjes juntos y
asociarse unos con otros. El sistema comunal de vida permitió que las mujeres se
dedicaran a la ascesis en retiro: para ellas es peligroso vivir en total
aislamiento. Pero la principal ventaja de este sistema era que el monasticismo
podía ahora participar en actividades filantrópicas.
Que el monasticismo tomara esta dirección fue la principal obra de Basilio el
Grande (m. 378), obispo de Cesárea. Vivió en soledad durante algún tiempo en su
finca de Ponto con miembros de su familia. Allí fue donde escribió su conocida
obra, Ascetica, que se convertiría en la base de la organización del
monasticismo durante el periodo subsiguiente. Recomendaba a los monjes que se
reunieran en grupos organizados, de acuerdo con la naturaleza social del hombre:
"El hombre es un ser dócil y social y no salvaje y solitario. Ya que no hay nada
que caracterice más nuestra naturaleza que el asociarnos unos con otros y el
necesitarnos unos a otros y necesitar amar nuestra especie" (Normas Generales 3,
I-P.G. xxxi, 947). De acuerdo con esta doctrina, los monjes deberían volver del
desierto a las ciudades, y fundar allí cenobios filantrópicos. El mismo Basilio
volvió a Cesárea y organizó un grupo entero de instituciones de beneficiencia,
que más tarde recibieron en su honor el nombre de basilios. Desde el primer
momento la dirección de los mismos estaba en manos de los monjes, a quienes se
llamaba "padres de los huérfanos".
El cenobio podría considerarse como la forma final del monasticismo, pero no es
así. Si bien en un primer momento mitigó el yugo de los ascetas, más tarde sin
embargo lo hizo más difícil de soportar. Por este motivo surgió en la Edad Media
una tendencia dirigida a un modo de vida menos estricto, lo cual dio como
resultado la constitución de la vida idiorrítmica. Los "contemplativos", es
decir, aquellos que se dedicaban a la contemplación de Dios, trataban de
exonerarse de trabajo práctico y social, con el fin de que nada impidiese su
trabajo espiritual; y al mismo tiempo los monjes más débiles buscaban una
suavización de la disciplina. En los monasterios idiorrítmicos la administración,
la indumentaria, la oración, y hasta cierto punto la residencia permanecían
comunes. La dieta y hasta cierto punto el trabajo quedaban fuera de control. Así
a los monjes se les permitió la adquisición de propiedad privada, que no podía
superar, sin embargo, ciertos límites. Dede un punto de vista, al vida
idiorrítmica se puede considerar como un retorno al sistema comunal de la lavra,
mientras que desde otro ángulo es una combinación de los modelos eremita y
comunal del monasticismo.
Estos cuatro tipos de monasticismo van paralelos a lo largo de los siglos.
Dentro de la tradición eremítica surgieron variaciones extrañas e interesantes,
adoptando en ocasiones formas extremas. Los confesores se encerraban durante
muchos años en sus celdas, comunicándose con el mundo exterior únicamente
mediante carta, y para recibir su exigua ración de comida. Los estilitas vivían
en pilares semidestruidos. Los "locos" por Cristo viajaban ostentando su
presunta locura por humildad.
Los cuatro han sobrevivido a nuestros días. Los ermitaños se pueden encontrar
casi exclusivamente en los puntos más remotos de la península del monte Atos; el
sistema comunal está representado por los eremitorios del monte Atos; y los
otros dos sistemas, el cenobítico y el idiorrítmico, por monasterios que se
hallan en todas las regiones ortodoxas.
La difusión geográfica del monasticismo
Hoy en día la vida monacal se ha extendido por todo el mundo; pero muchos años
de esfuerzo fueron necesarios para lograrlo. El movimiento tuvo su inicio, como
hemos visto, en Egipto, donde importantes centros monásticos, con miles de
monjes, se desarrollaron con rapidez, viviendo los monjes en celdas, en lavras y
en monasterios. Estos estaban situados en Tebas, Nitria, Sketis, Tabenesis y en
el monte Sinaí. El monasterio de Santa Catalina del Sinaí, fundado en tiempos de
Justiniano, permanece hasta nuestros días sin haber perdido ni un ápice de su
vigor. De Egipto se expandió rápidamente a Palestina. Este país, santificado
como era por la vida y muerte del fundador de la fe cristiana, atrajo el interés
de los ascetas de todos los rincones del Imperio, entre los cuales los latinos
Jerónimo y Rufino llegaron a gozar de renombre. Más tarde, en aquel lugar
Teodosio el Cenobita, Savvas el Santificado y Eutimio el Grande fundaron
alrededor de quinientas grandes lavras.
Los ascetas hicieron su aparición en Siria durante las primeras décadas del s.
IV. Normalmente se trataba de hombres y mujeres ambulantes, éstas últimas
vestidas como los hombres. Pretendían abolir cualquier tipo de diferencias entre
los sexos, y evitaban trabajar. Debido a la posición dominante que otorgaban a
la oración se les llamó euquitas, o, en lengua siriaca, mesalinianos. Debido a
algunas desviaciones recibieron críticas por parte de la Iglesia. Al mismo
tiempo, la forma más moderada de monasticismo organizado llegaba a Siria. El
gran himnógrafo y teólogo Efraín el Sirio también hizo esfuerzos fructuosos por
organizar a los monjes.
El monasticismo empezó a perder terreno en estos tres países desde inicios del
s. VII, es decir, desde los tiempos de la conquista árabe; pero nunca
desapareció por completo. Hoy en día, además de los ortodoxos, también los
coptos, los armenios y los nestorianos tienen monasterios.
A través de Capadocia y de Asia Menor, el monasticismo llegó a la capital del
Imperio, Constantinopla. Muchos de los monasterios que se fundaron en los
suburbios de ambas partes del Bósforo se convirtieron en organizaciones
florecientes, y a través de sus actividades ejercieron una influencia en el
curso de los asuntos eclesiásticos y en ocasiones también políticos. El
monasterio de los Insomnes, fundado por Alejandro alrededor de 430, recibió este
nombre porque los monjes oraban a Dios durante el día entero y la noche,
diviéndose en tres grupos que se sucedían uno a otro en la iglesia. El
monasterio de Studion, fundado también en el s. V, por el patricio romano
Studius, llegó a ser el centro del desarrollo litúrgico de la Iglesia oriental y
paladín de su independencia de la intervención estatal. Teodoro el Estudita, que
floreció a principios del s. IX, fue a través de su heroico comportamiento un
ejemplo para todos los monjes.
En estas regiones la conquista turca acabó con el monasticismo.
En Grecia, sin embargo, ya se habían formado fuertes centros de monasticismo.
Entre los cuales destacó el monte Atos desde el s. XI en adelante, y a partir de
entonces recibió la denominación de "Montaña Sagrada". En 963 el emperador
Nicéforo Focas dictó un decreto por el que concedía al monje Atanasio el derecho
a fundar en aquel lugar una gran lavra, lo cual hizo. En un breve espacio de
tiempo se establecieron allí otras comunidades de monjes, y sesometieron a la
supervisión general del Protos. Con el fin de promover la difusión del
monasticismo en la zona, Alexius Comnenus puso a todos los centros de Atos bajo
la jurisdicción del obispo más próximo, el de Ierissos. Y naturalmente se
produjeron fricciones entre éste y el Protos, lo cual hizo necesaria la
abolición de la jurisdicción del obispo de Ierissos. Esto sucedió hacía finales
del s. XIV.
El Protos de Atos tomaba posesión una vez obtenida la aprobación por parte del
Patriarca de Constantinopla. Al principio el cargo era vitalicio y quien lo
ostentaba vivía en Karyes, la capital de la comunidad monástica. Se ocupaba
únicamente de los problemas externos generales de la comunidad, porque los
monasterios gozaban de autogobierno interno.
Las moradas en la montaña están situadas en un ambiente a la vez impresionante y
sereno. El incremento de los ataques piratas que siguieron al debilitamiento del
Imperio Bizantino y a la conquista turca influyeron en la arquitectura de las
construcciones. Las celdas se construían en la parte superior de los muros de
las fortalezas con tres o incluso seis pisos. En medio del patio hay un "katholikon",
o iglesia central, con capillas por los lados.
La larga ocupación extranjera provocó muchas fluctuaciones en el poder y la
pujanza de estos establecimientos. Hoy el territorio de esta región autónoma se
halla dividido entre veinte monasterios autosuficientes. Un representante de
cada monasterio, elegido anualmente, es enviado a Karyes, donde la Sagrada
Comunidad, una especie de parlamento, se reúne. Los monasterios están dividisos
en cinco grupos de cuatro, cada uno encabezado por los monasterios más
importantes: Lavra, Vatopedi, Iviron, Hilandari y Dionysiou. Cada grupo se turna
para el ejercicio de funciones administrativas por periodos anuales. De este
modo, de los veinte representantes, cuatro componen el órgano ejecutivo, el
comité de superintendentes mientras que el representante del primer monasterio
del grupo que tiene la iniciativa administrativa es el principal
superintendente. Cada superintendente conserva un cuarto del sello de la
comunidad monástica.
Once de los monasterios, principalmente en la parte occidental, son cenobíticos,
y están gobernados por un abad elegido de por vida y tiene un consejo de mayores
que lo asesora. Nueve, en su mayoría en la parte oriental, son idiorrítmicos,
gobernados por una comisión de tres superiores (proistamenoi) elegidos por un
año. El monasterio de Hilandari es serbio; el de Zographos, búlgaro; el de
Panteleimon, ruso. Hay también un eremitorio rumano. El monasterio de Iviron,
que ahora es griego, fue anteriormente georgiano (iberio). Hasta el s. XIII
existió también el monasterio latino de los Amalfitanos. Así, la Montaña Sagrada
se convirtió en símbolo de la catolicidad y unidad de la Ortodoxia; y continúa
siendo el principal centro monástico del Patriarcado Ecuménico, y es único en su
género en todo el mundo cristiano. Por desgracia el número de monjes ha
disminuido considerablemente, lo que ha hecho disminuir el vigor de la vida
monástica en el lugar.
Durante los años del Despotado del Epiro, Meteora se convirtió en un célebre
centro monastico. Se construyeron impresionantes monasterios sobre abruptos
precipicios que vistos de lejos parecen nidos de águilas; y se labraron muchas
pequeñas ermitas en la roca. Hasta hace unas pocas décadas, sólo se podía
acceder a algunos de los monasterios mediante cabrestante y red. Sólo funcionan
hoy en día cuatro de los veinticuatro monasterios de la región, con un pequeño
número de monjes. Muchos monasterios permanecen y continúan funcionando a lo
largo y ancho de Grecia, pero el número de monjes no cesa de decrecer. Desde el
Este la vida monástica pasó al Oeste, ya en el s. IV. Floreció en la Edad Media,
cuando se organizaron las principales órdenes monásticas. Su contribución a la
cristianización y civilización de los pueblos de la Europa del norte fue muy
importante. El monasticismo se transmitió también, junto al cristianismo, a los
pueblos al norte de Grecia: a los eslavos, rumanos y otros pueblos. Célebres
fueron los líderes rusos del monasticismo Antonio y Sergio. Los primeros ascetas
de Rusia, los starsti, gozaron de gran renombre, e innumerables grupos de
personas solicitaban su consejo.
Los ideales de la vida monástica
Cuando los primeros ascetas se retiraban del mundo al desierto buscaban alejarse
de muchos bienes mundanos: matrimonio, riqueza, y actividad independiente. El
celibato no admitía grados, sino que era absoluto. En la pobreza, sin embargo,
hubo la modificación reseñada anteriormente en relación a la vida idiorrítmica.
Pero incluso en este caso la pobreza se mantuvo en su esencia, pues la propiedad
de los monjes idiorrítmicos jamás alcanzaba para llevar una vida de comodidad.
Por último, la obediencia, ya sea a un abad o al padre espiritual del desierto,
el abba, constituía una inquietud primordial para los monjes. El espíritu
egoísta e independiente representaba el mundo secular, por ello debía ser
eliminado por completo. Es decir el joven asceta debía renunciar a su mala
voluntad por Dios en la persona de su padre espiritual, para transformarla en
una buena voluntad. Este punto queda reflejado de modo pintoresco por una
anécdota en la que un abba, deseando poner a prueba el progreso de su hijo
espiritual, le preguntó si veía los cuernos - que no existían – de una bestia de
carga que en ese momento pasaba; y contestó sin titubeos, "Sí, los veo, abba".
La observancia de estas tres virtudes la asumían los novicios por medio de un
juramento especial, durante el cual se les tonsuraba. La formulación de este
voto coincidió con la fundación del sistema cenobítico, y la base escrituraria y
doctrinal del monasticismo fue elaborada poco después. Sin ello, el monasticismo
corría el peligro de desviarse en la dirección de los itinerantes mesalinianos.
De este modo se logró el sometimiento del monasticismo a la Iglesia, y el
encauzamiento de su poder en un sentido que fuera útil a la Iglesia. Este
sometimiento fue confirmado por Justiniano e incorporado a las leyes (Nearai,
5,i.67,i).
Pero no son éstos tres los únicos vicios que costituyen una amenaza para la
integridad moral de los ascetas. En la aretología posterior, otros vicios,
juntos con los citados, constituyen los ocho pecados capitales: gula,
fornicación, avaricia, ira, tristeza, abatimiento, vanidad y orgullo. Las
pasiones correspondientes a estos pecados se deben amortiguar para alcanzar un
estado de ausencia de pasión. El autoexamen y la autocensura, especialmente
antes de acostarse, proporcionan al monje unas armas poderosas, cuando se
dispone a enfrentarse a los demonios. Pero su arma principal es la oración – la
oración continua e intensa. La vida entera de los monjes está dominada por este
teorema con Dios; "la vida entera es un momento para orar" (Basilio, Discurso
ascético, P.G, xxxi, 877).
La jornada de los monjes está dividida en tres periodos de ocho horas: uno para
rezar, uno para descansar y otro para trabajar. El trabajo intenso persigue un
triple objetivo: asegurar su sustento, ayudar a sus compañeros, y evitar los
malos pensamientos que acechan la conciencia humana especialmente cuando se está
ocioso. Los productos de la artesanía y del arte de los monjes han sido siempre
de una calidad excepcional y por ello continúan estando muy solicitados, en
particular sus pinturas y tallados. Del mismo modo, las obras de la literatura
clásica cristiana se han conservado gracias a las copias realizadas en los
talleres de los monasterios.
Las actividades filantrópicas de los monjes estaban relacionadas con su trabajo.
Como ya hemos visto, esta devoción por las actividades benéficas fue promovida y
sistematizada en primer lugar por Basilio el Grande. En la época posterior a él
era inconcebible un monasterio que no dispusiera de espacio para huéspedes, de
hospital ni de escuela. Podemos mencionar como ejemplo el caso del monasterio
del Pantocrátor en Constantinopla, fundado en el s. XII, que disponía de
hospital con médicos para hombres y para mujeres, y cuya organización recuerda
la de los modernos hospitales. Estaba dividido en cuatro secciones: médica,
quirúrgica, ginecológica y enfermería de ojos y oídos. Hoy en día aún se pueden
apreciar reminiscencias de esta actividad filantrópica. Los beduinos que viven
cerca del monasterio del Sinaí no hacen nunca su propio pan, sino que se les
proporciona gratuitamente en el monasterio de Santa Catalina; y aquellos que
visitan cualquier monasterio ortodoxo reciben hospitalidad gratuita. Los monjes
que se dedicaban a trabajar, como hemos indicado con anterioridad, y
compaginaban la lucha para liberarse de las pasiones con el servicio a los
necesitados fueron llamados en los primeros tiempos activos (praktikoi). Pero
además de la actividad, hay un estadio superior en la escala de la perfección
monástica: la contemplación (theoria), el esfuerzo por la comunión directa con
Dios. Esta diferenciación de las actividades de los monjes se encuentra ya en un
poema de Gregorio el Teólogo:
«Preferirás actividad o contemplación
Contemplación es la ocupación de los perfectos,
acción pertenece a los muchos.
Ambas son buenas y queridas;
eElige la que se ajuste a ti.» El silencio ha sido una condición indispensable para el asceta en su búsqueda de
la perfección. Por silencio se entiende paz interior y la relativa quietud
exterior a través de la cual se eliminan las pasiones. Este estado fue llamado
en el último periodo brillante de la teología mística bizantina "hesicasmo".
El silencio estaba unido inseparablemente a la ascesis cristiana. Los esfuerzos
de los primeros monjes en esta dirección adoptaron la forma de un silencio
balbuceante y permanente cuando las circunstancias lo requerían. Se dice que el
abba Poimen afirmó: "Quien habla por el amor de Dios actúa correctamente; y
quien permanece en silenco por el amor de Dios actúa del mismo modo
correctamente". (Dichos de los Padres, 721). En cualquier caso, el elemento del
silencio, si bien no predominara excesivamente en el pensamiento monástico,
recibió más tarde un mayor énfasis debido a su conexión con la oración interior.
Se consideró que la oración, como producto de la disposición del corazón, no
necesitaba ser expresada oralmente, por cuanto que tal expresión, al producir
estímulos externos, podría interrumpir la concentración sobre el objeto de la
oración. De este surgió la oración interior y mental, que cristalizó en la breve
oración de Jesús, repetida sin cesar.
Rodeados por el absoluto, por el silencio espiritual, los ojos espirituales de
los monjes "contemplativos" se abren. Se hacen merecedores de visiones y
disfrutan de experiencias espirituales difíciles de describir. Viven en un
estado de iluminación continua de la visión de la luz, y de comunión con las
cosas de la luz. La palabra "luz" y otros términos relacionados se encuentran en
casi todas las páginas de las obras de Simeón Teólogo y de Gregorio Palamás.
Esta luz es parte de Dios. Mediante una paradójica fusión de lo histórico y lo
metahistórico, la experiencia de la deificación (theosis) se hace posible aquí y
ahora. La luz que vieron los discípulos de Cristo en el Monte Tabor, la luz que
los hesicastas ven hoy, y la calidad luminosa del mundo venidero, constituyen
tres fases del mismo acontecimiento espiritual, fusionados en una realidad
supratemporal.
La unilateral denominación de "contemplativos" ha contribuido a que se olvidara
la faceta de misión social de la vida monástica en el este, en contraste con el
desarrollo de los acontecimientos en el oeste. Pese a los repetidos intentos
realizados, la reorganización de la vida monástica basado en los antiguos
principios, en especial en la norma de Basilio el Grande, no llegó a cuajar,
debido a que estos intentos estaban limitados en cuanto a objetivo e intensidad.
Sin olvidarse de la "contemplación", a la que tanto deben la devoción y la
literatura religiosa, es necesario hacer hincapié una vez más en la actividad y
fundar monasterios que promuevan los ideales cristianos dentro de la sociedad
organizada de la humanidad.
Nota del Traductor: La citación bíblica ha sido extraida de la traducción al
español por Nácar – Colunga "Sagrada Biblia" Biblioteca de Autores Cristianos.
Cuarta Edición. ISBN: 84-220-0340-6. |