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La veneración y prosternación
ante los sagrados Iconos
Christos Krikonis
Profesor de la Facultad de Teología
de la Universidad de Salónica
a característica fundamental y esencial de la Iglesia Ortodoxa es el uso, la reverencia
y la veneración de los sagrados iconos de Jesucristo, la Virgen y todos los Santos. Porque por medio de ellos se expresa su carácter tanto mundano como sobrenatural. Esta realidad es la que quisieron poner de manifiesto aquellos santos padres de la
Iglesia que llamaron al primer domingo de la Cuaresma "Domingo de la Ortodoxia". En él, se celebra el aniversario de la readmisión de los sagrados iconos decidida, en el
843, por resolución del VII Concilio Ecuménico.
Desde luego, la prosternación y veneración de los sagrados iconos viene impuesta por
diversas razones.
La primera es la necesidad de fijar el pensamiento y el alma de los fieles a los
receptores de sus oraciones, sus súplicas y sus plegarias, pero también de sus
alabanzas y agradecimientos, es decir, a los Santos representados. Los fieles, al rezar
ante los sagrados iconos descansan el alma, viendo las figuras concretas de los Santos
representados, aunque sea, como dice el apóstol San Pablo "en espejo y en enigma", y
ello se debe a que de este modo sienten la presencia de aquéllos en su intercesión y
embajada ante Dios y depositan en ellos su confianza al orar y rogar.
La segunda razón fundamental es el gran valor didáctico de los iconos sagrados, por
su ubicación en los templos sagrados y en el culto divino. Por medio de ellos todo
cristiano aprende cómo premian Dios y la Iglesia a aquellos que permanecieron en la
tierra fieles a Su voluntad, y se mostraron dignos de la crucifixión y la obra redentora
de Dios hecho hombre. Este premio lo representan en los iconos especialmente las
aureolas de los Santos.
La tercera razón es la mútliple sacralidad de los sagrados iconos, que procede de
diversos factores, entre los cuales los más importantes son la ubicación de los iconos
en los templos sagrados y el culto divino, la enseñanza teológica de la Iglesia de que
toda prosternación y veneración de los iconos sagrados "pasa al original", y los
diversos milagros históricos que se les han atribuido.
Quien reza ante los iconos siente que se encuentra en un diálogo personal directo con
los santos de Dios representados. El icono podría compararse a un intérprete e
intermediario, amado por Dios, de este diálogo, que deja fijado el ser del que reza.
Por ello el VII Concilio Ecuménico caracterizó la veneración y prosternación ante los
iconos sagrados "institución y tradición de la Iglesia, autorizada y grata a dios, justa
reclamación y necesidad de todos los cristianos".
Mediante estos iconos no se transgrede ni desnuda la inefabilidad de la Divinidad,
sino que simplemente se describe la representación histórica de la presencia y vida
de Cristo en la tierra. Dado que todos los Santos representados son plasmaciones "a
imagen y semejanza de Dios" de una sola Divinidad, sus iconos sagrados son
plasmación de su perfección espiritual en el mundo, siempre de acuerdo con la
declaración de Basilio el Grande de que "la veneración y reverencia de los sagrados
iconos pasa al original".
Los primeros iconoclastas, incitados sistemáticamente por las acusaciones, lanzadas
por los Judíos, de idolatría por parte de los critianos que veneraban y reverenciaban
los iconos sagrados, exageraban ciertos desvíos y extremismos y aprovechaban, a fin
de difamarlos, algunos casos aislados de simples analfabetos, y a veces de cristianos
muy devotos que se daban a exageraciones y desvíos en la veneración de los iconos.
La Iglesia, con su enseñanza ortodoxa elaborada para la veneración y reverencia de
los iconos sagrados, afrontó a tiempo estos fenómenos de casos aislados de abuso. Su
línea correcta había sido ya formulada por Basilio el Grande. Según el espíritu de las
resoluciones del VII Concilio Ecuménico, los iconos enseñan cómo se asemejan, por
la gracia, los santos representados a Dios, por medio de la santidad de sus vidas, y
por ello es apropiado que se les depare veneración y reverencia. Al respecto, San
Juan Damasceno escribe: "el que no (los) reverencia es enemigo de Cristo y de la
Santa Virgen y de los Santos, vengador del diablo y de los demonios, y muestra de
hecho su pesar porque los santos de Dios sean venerados y glorificados, y el diablo
despreciado. Pues el icono es un triunfo y mostración e inscripción en memoria de la
victoria de los virtuosos y de la vergüenza de los vencidos y derrotados".
Los fieles "al ver las pinturas", es decir, los iconos, son remitidos "al sentido y
veneración del representado". Por tanto, el icono no es un fin en sí mismo, sino un
medio mediante el cual el creyente es remitido al sentido, la memoria de la vida,
grata a Dios, del santo representado, y de esta manera es invitado a imitarlo, lo cual
constituye la veneración del santo o mártir representado.
De todo esto se desprende que la semejanza, relativa o absoluta, entre la apariencia
histórica, real, del modelo y la representada en el icono, es algo secundario en los
iconos eclesiásticos. Lo primero y principal en ellos es su cualidad y capacidad de
remitir a sus modelos, y a ello contribuye de modo importante la inscripción, es
decir, la escritura sobre ellos del nombre del representado. Y, desde luego, la figura
de cada representado no es invención de los pintores, sino, como observa el sagrado
Focio "la prédica divina e ininterrumpida de la larguísima tradición apostólica y
patriarcal, trabajándola y elaborándola según unos mismos y sagrados principios, no
representa ni da forma a nada de la indecencia material o de la curiosidad humana
al presentar las figuras de los santos. Mostrando y revelando toda su labor, nos ofrece
puras e incontaminadas en los sagrados iconos las formas de los prototipos de un
modo adecuado a la santidad".
El icono es, según el sagrado Focio, "arquetipo exacto" en cuanto a la figura, la
inclinación, las representaciones del modelo, pero especialmente en cuanto a su más
profundo contenido teológico y a la gracia santificadora y bendición del representado,
que alienta ininterrumpidamente en ellos, como en el modelo, y con la cual comulgan
absolutamente cuantos veneran y reverencian, honrándolo, su icono.
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