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Tradición y Eucaristía

Este artículo presenta de manera breve algunas de las enseñanzas de los Padres de la Iglesia sobre la Eucaristía, tratando de seguir un orden más o menos cronológico. El propósito simplemente es mostrar cómo las raíces del aprecio al misterio del cuerpo y la sangre de nuestro salvador son muy profundas.

Testimonio de los santos padres

a Didajé es un escrito muy antiguo, probablemente algunas de sus partes se escribieron antes que los mismos evangelios, en el primer siglo de nuestra era; en todo caso se piensa que su redacción final se llevó a cabo hacia el año 120 DC . Una de sus partes está dedicada a la liturgia y habla primero del bautismo y en seguida de la eucaristía. Ahí se pide a los cristianos que se reúnan el día del Señor, que partan el pan y den gracias. Se advierte que si alguien tiene algún disgusto o problema con su vecino debe primero reconciliarse. La Didajé hace ver que ya en los primeros tiempos se reconocía el valor sacrificial de la eucaristía.

¿Reconocemos nosotros, cristianos del siglo XX, este valor inapreciable de nuestra misa dominical?

San Ignacio de Antioquía (+107) murió como mártir en la persecución de tiempos del emperador Trajano. A san Ignacio siempre le preocupó la unidad de las comunidades cristianas alrededor de su obispo y, con este motivo, hace una referencia muy significativa a la eucaristía, exhortando a la comunidad de Éfeso a partir el único pan que es "medicina de inmortalidad y antídoto contra la muerte, alimento de vida eterna en Jesucristo" (cfr. Carta a los Efesios 20, 2).
¿Nos sentimos nosotros, en nuestro tiempo, unidos con nuestro obispo cuando participamos en la santa Misa?

San Justino (100-168) fue el más destacado de los apologistas (defensores de la fe). Él nos ha dejado un testimonio valiosísimo de la forma como se celebraba la eucaristía en su tiempo. Buena parte de esta descripción puede encontrarse en el Catecismo de la Iglesia Católica (n. 1345). Ahí se observa cómo los cristianos del siglo II se reunían los domingos para participar en la celebración y para compartir sus bienes con los más necesitados. Pueden notarse en la descripción de san Justino las partes de la reunión que coinciden básicamente con la estructura que tenemos en nuestra misa dominical.

¿Nos damos cuenta de que a través de nuestra celebración eucarística estamos en comunión con los cristianos de todos los tiempos, que participaron en la misma Eucaristía que nosotros?

En tiempos de san Ireneo de Lyon (140?-200?), se propagó una herejía que no aceptaba la realidad corporal de Cristo, sino que decían que era puro espíritu y que la carne (nuestro cuerpo) no tenía salvación. San Ireneo escribió contra quienes pensaban así, refutando sus ideas y haciendo ver que Jesucristo realmente posee un cuerpo humano. En esta polémica toca el tema de la eucaristía, notando que la carne se salva porque Cristo nos ha redimido de verdad, y que el cáliz eucarístico es comunicación de su sangre, y que el pan eucarístico es comunicación de su cuerpo, y por ello resucitaremos. Él insiste siguiendo las enseñanzas de san Pablo, en que Jesucristo, el Verbo encarnado, nos ha salvado con su sangre (cfr. Contra las Herejías, 5, 2,2-3).

¿Somos conscientes de que si deseamos la resurrección debemos participar en el banquete del cuerpo y la sangre de Cristo?

En la Ordenación Eclesiástica de Hipólito, del siglo III, se encuentra el texto de una plegaria eucarística, encuadrado entre las instrucciones para la celebración, donde preside el obispo quien, acompañado por sus presbíteros, se dirige al Padre y le pide envíe su Espíritu sobre los dones. Esta plegaria muestra también cómo en la conciencia de aquellos cristianos la eucaristía se encontraba vinculada esencialmente con la muerte y resurrección de Cristo (cfr. Ordenación Eclesiástica de Hipólito 31, 3-4; 46, 8-11).

¿Notamos cómo en la Misa se dirigen generalmente las oraciones al Padre por el Hijo en el Espíritu Santo? ¿O nos da igual a quién le estemos hablando?

Orígenes (185-254), el más sorprendente escritor cristiano de la antigüedad, pone su atención sobre todo en el significado espiritual de la Eucaristía y nos enseña que el cuerpo y la sangre de Cristo son alimento y bebida puros, y que de manera análoga también su palabra es alimento para todos. Añade que, en un segundo plano, son alimento puro también los apóstoles, en tercer lugar los discípulos, y aún cada quien, en la medida de sus méritos y de la pureza de sus sentidos, puede convertirse en alimento puro para su prójimo (cfr. Homilías sobre el Levítico, 7, 5).

¿Somos cada uno de nosotros por nuestras obras y palabras alimento para los demás?

San Dionisio (205?-264), obispo de Alejandría, cuenta en una de sus cartas un hecho donde la Eucaristía es administrada como viático a un anciano moribundo, el cual había pedido perdón de sus pecados, especialmente de haber caído en sacrificar a los ídolos. Su narración, conservada en la obra de Eusebio de Cesarea es también un testimonio de la preocupación pastoral de este obispo para que sus fieles no perdieran la esperanza (cfr. Eusebio de Cesarea. Historia Eclesiástica 6, 44, 2-6).

¿Nos preocupamos de que se les lleve la comunión a los enfermos? ¿O pensamos que ese es asunto de la "pastoral de la salud" y no de nosotros?

En tiempos de san Cirilo de Jerusalén (313?-386?), la catequesis para quienes se preparaban para ser cristianos y para quienes había recibido los sacramentos de iniciación ocupaba un lugar preponderante en la vida de la comunidad. En una de sus catequesis explica la institución de la Eucaristía, basándose en la carta a los Corintios (Cfr. 1Cor 11,23-25) y subraya que no hay que juzgar la realidad según el gusto o el sabor, sino de acuerdo a la fe, la cual da la certeza de que lo que parece pan es el cuerpo de Cristo y lo que parece vino es su sangre (cfr. Catequesis Mistagógicas 4, 1). En otra de las catequesis de san Cirilo se encuentra la explicación de la celebración eucarística y de sus símbolos, donde da razón de por qué el sacerdote se lava las manos, por qué el beso de la paz, por qué cada respuesta del pueblo etc.

Cabe notar aquí que, testificando la tradición, nos transmite el sentido trinitario de la plegaria eucarística, donde los cristianos imploran a Dios (Padre), pidiéndole que envíe su Espíritu para hacer del pan el cuerpo de Cristo y del vino la sangre de Cristo. Se hace ver también cómo los cristianos piden por la paz de la Iglesia, el bien de todo el mundo, por el emperador, por los enfermos... Explica cómo se recuerda a los patriarcas, profetas, apóstoles y mártires y por qué ha de pedirse por los difuntos. Da, incluso, las instrucciones para acercarse correctamente a la comunión. Finalmente exhorta a no alejarse de la comunión y no privarse de estos misterios (cfr. Catequesis mistagógicas, 5,2-11.19-23).

¿Hemos recibido la catequesis necesaria para entender la misa? ¿La hemos solicitado? ¿Hemos colaborado a que se de constantemente en nuestra parroquia para todos los que no entienden qué es la misa?

Fírmico Materno (327?-352?), a propósito de los errores de las religiones profanas, hace ver que hay un alimento de vida eterna que no es como el de los "misterios" de los paganos, sino de verdadera salvación y reconciliación. De ahí que anima a sus lectores a buscar el pan de Cristo para saciarse del alimento inmortal. Con su banquete, enseña Fírmico, Cristo nos llama a la luz y vivifica nuestros miembros corrompidos. Es necesario renovarse con el cuerpo de Cristo para recibir los beneficios divinos (cfr. Los errores de las religiones profanas, 18).

¿Nos damos cuenta que la Eucaristía nos renueva y vivifica?

San Gregorio de Nisa (335?-395?), para mostrar la virtud de la Eucaristía, recurre a una comparación interesante. Dice él que así como se necesita un antídoto para protegerse de un veneno, así también se necesita recibir el cuerpo de Cristo para contrarrestar la fuerza destructiva que afecta nuestra naturaleza a causa del pecado. El cuerpo de Cristo nos transforma totalmente a semejanza de Él entrando en nosotros como alimento y bebida que se distribuye a muchos pero permanece siempre el mismo. El pan, transformado en el cuerpo de Cristo, adquiere la potencia divina y así la gracia del Verbo vuelve santo a quien lo recibe (cfr. La Gran Catequesis, 37).

¿Nos protegemos de los venenos que hay en la actualidad asistiendo a misa y recibiendo la comunión?

San Juan Crisóstomo (354-407), comentando el evangelio de san Juan, sostiene que la razón por la cual Jesús celebró el misterio de la Eucaristía en el tiempo de la Pascua, fue que con ello mostraba que aprendiésemos que él es el autor de la ley antigua, la cual en figura contenía lo que se realizaría en la nueva. Para san Juan Crisóstomo la imagen del Antiguo Testamento ha dejado lugar a la realidad del Nuevo, que verdaderamente libera al universo. Este santo invita a tener confianza en la palabra de Cristo, y por ello a no dudar de la eucaristía, donde en la misma realidad sensible todo es espiritual (cfr. Comentario al Evangelio de san Mateo, 82,4-5 ).

¿Creemos en la presencia real de Jesús en la hostia consagrada?

En otro texto, el mismo san Juan Crisóstomo reprende a su comunidad por causa de divisiones internas que le preocupaban mucho. A este respecto es muy notable cómo les señala que es una grave incoherencia que participen en los signos de unidad cuando existen graves atentados contra ella en la vida diaria. Por eso pide respeto a la mesa en la que todos comulgan, respeto a Cristo, respeto al sacrificio ofrecido. Les pregunta si después de haber participado en esa mesa eucarística y haber recibido la comunión debían tomar las armas unos contra otros. Les pide, más bien, que se tengan misericordia, ya que son miembros de un mismo cuerpo y todos han sido invitados a la misma mesa (cfr. Homilía 8, sobre la carta a los Romanos, 8). Este santo insiste en otros lugares sobre la necesidad de acercarse a la comunión con el alma limpia (cfr. Homilías sobre la carta a los Efesios, 3,4-5; Homilías sobre la primera carta a los Corintios, 28,1).

¿Promovemos la unidad de nuestras comunidades y la paz del mundo? ¿O al menos de nuestra familia, escuela y lugar de trabajo?

Respetando las costumbres que pudiera haber en otras comunidades donde tal vez no se usaba la comunión todos los días, san Jerónimo (343-419), sin embargo, destaca y defiende la costumbre de las iglesias de Roma y de España de que se pudiese comulgar diariamente. Invoca como argumento el salmo que canta "Gustad y ved, qué bueno es el Señor" (Sal 33, 9) (cfr. Cartas, II, 71, 6).

¿Recibimos frecuentemente la comunión?

San Agustín (354-430) da testimonio de que cuerpo y sangre de Cristo se llama a los frutos de la tierra una vez consagrados con la plegaria mística, los cuales los cristianos consumimos ritualmente para nuestra salvación, conmemorando la pasión sufrida en favor nuestro por el Señor. El pan y el vino adquieren su apariencia visible gracias al trabajo del hombre, pero la intervención invisible del Espíritu de Dios realiza el gran sacramento a través de sus ministros (cfr. La Trinidad, 3, 10). En uno de sus discursos san Agustín ve, además, que el pan y el vino guardan una relación especial con la comunidad, pues los cristianos forman el cuerpo de Cristo y por lo tanto ese misterio está puesto en la mesa del Señor, de modo que dice a los cristianos "sean lo que ven y reciban lo son" (cfr. Discursos, 272).

¿Nos sentimos parte del cuerpo de Cristo al recibir la comunión?

Hacia el siglo VI, un autor conocido actualmente como el "Pseudo Dionisio Areopagita", describe por su parte una celebración eucarística presidida por el obispo. Habla del incienso, de los himnos, de los ministros, de las lecturas, de toda la asamblea distribuida en diferentes órdenes. Para este autor, la imitación divina no puede darse sino con la memoria de las palabras y acciones de Dios, renovadas en las palabras y acciones de los obispos, porque se realizan en memoria de Cristo. Pone mucha atención a la consagración, a la comunión y a la acción de gracias (cfr. La Jerarquía eclesiástica, 2,2.12-14).

¿Nos damos cuenta de que lo que Cristo hizo y dijo lo tenemos al alcance nuestro, sacramentalmente, en la Eucaristía?

Conclusión

Este somero recorrido debe despertar en nosotros el interés por conocer mejor lo que estos autores enseñaron. El provecho que puede derivar de ello sería una mayor solidez de vida espiritual y, en el caso que nos ocupa, un mayor aprecio a la sagrada Eucaristía.

Recurrir a los Padres no es simple curiosidad histórica. Es un imperativo vital para todo aquel que quiera vivir la Palabra que se encuentra, más que en la materialidad de los libros, en el corazón de la Iglesia. Al considerar la enseñanza de los Padres nos queda claro que nuestra "misa" actual conserva sin duda los rasgos esenciales de la celebración eucarística de todos los tiempos y que no es una invención de ayer, sino una herencia apostólica. La Eucaristía realiza lo que había anunciado el Antiguo Testamento y posee un valor sacrificial, puesto que se trata del mismo misterio de Cristo que se hace presente a través de la acción del Espíritu Santo pedido al Padre en la plegaria eucarística. La Eucaristía es eminentemente trinitaria.

La comunión con el cuerpo de Cristo es como una medicina que nos proporciona la vida y nos conduce a la resurrección final, y nos exige un esfuerzo constante de comunión y unidad entre nosotros como cristianos miembros de un mismo cuerpo, en el que cada uno posee un lugar y una función. Nos exige también la coherencia de nuestra vida diaria con el don que se nos ha entregado, la caridad hacia el prójimo y el trabajo por la paz.

 

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