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São Leão Magno, papa de Roma
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Antologia de Textos Homiléticos

 
 

«O templo de que Ele falava era o seu corpo»

Sermão 48

Se considerarmos o que o mundo inteiro recebeu pela cruz do Senhor, reconheceremos que para celebrar a Páscoa é justo que nos preparemos com um jejum de quarenta dias... 

Não são apenas os bispos ou os padres ou os simples ministros dos sacramentos, mas é todo o corpo da Igreja, é todo o conjunto dos fiéis que deve purificar-se de todas as manchas, para que o templo de Deus, cujo alicerce é o seu próprio fundador, seja belo em todas as suas pedras e luminoso em todas as suas partes... Sem dúvida que não se pode empreender nem completar a purificação deste templo sem a ajuda do seu construtor; e, contudo, aquele que o edificou deu-lhe o poder de promover o seu crescimento a partir do seu próprio trabalho. Porque foi um material vivo e inteligente que serviu para a construção deste templo e é o Espírito de graça que o incita a se aglomerar voluntariamente num só edifício... 

Portanto, uma vez que todo o conjunto dos fiéis e cada um em particular formam um só e mesmo templo de Deus, este deve ser perfeito em cada um, tal como o deve ser no seu conjunto. Porque se é certo que a beleza não pode ser idêntica em todos os membros, nem os méritos iguais numa tão grande diversidade de partes, o vínculo da caridade obtém contudo a comunhão na beleza. Aqueles que estão unidos por um santo amor, mesmo se não receberam os mesmos dons da graça, alegram-se na verdade com os bens uns dos outros; e o que eles amam não pode ser-lhes estranho uma vez que eles acrescentam as suas próprias riquezas quando se alegram com o progresso dos outros.

* * * * *

«Era para reunir na unidade os filhos de Deus dispersos»

8ª homilia sobre a Paixão

«Uma vez erguido da terra, atrairei tudo a mim» (Jo 12,32).

Oh poder admirável da cruz! Oh glória inefável da Paixão! Ali se encontra o tribunal do Senhor, ali o julgamento do mundo, ali o poder do crucificado!

Tudo atraíste a ti, Senhor, e quando, «durante um dia inteiro, estendias as tuas mãos a um povo incrédulo e rebelde» (Is 65,2; Rm 10,21) todos receberam a inteligência para confessar a tua majestade.

Tudo atraíste a ti, Senhor, porque todos os elementos da natureza pronunciaram a sua sentença..., a criação inteira recusou servir os ímpios (Mt 27,45s).

Tudo atraíste a ti, Senhor, porque, quando o véu do Templo se rasgou, o símbolo do Santo dos Santos manifestou-se verdadeiramente... e a Lei antiga conduziu ao Evangelho.

Tudo atraíste a ti, Senhor, a fim de que o culto de todas as nações seja celebrado por um sacramento pleno, finalmente manifestado... 

Porque a tua cruz é a fonte de todas as bênçãos, a origem de todas as graças. Da fraqueza da cruz, os crentes recebem a força; do seu opróbrio, a glória; da tua morte, a vida.

Com efeito, agora a diversidade dos sacrifícios chegou ao fim; a oferenda única do teu corpo e do teu sangue consome todas as diferentes vítimas oferecidas no mundo inteiro, porque tu és o verdadeiro Cordeiro de Deus que tiras o pecado do mundo (Jo 1,29). Tu completas em ti todas as religiões de todos os homens para que todos os povos não sejam mais do que um só Reino. 

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«Sacramento de nuestra reconciliación»

Epist. 28 ad Flavianum, 3-4: PL 54, 763-767

«La bajeza fue asumida por la majestad, la debilidad por el poder, la mortalidad por la eternidad. Para saldar la deuda de nuestra condición humana, la naturaleza inviolable se unió a la naturaleza posible, con el fin de que, como lo exigía nuestra salvación, el único y mismo «mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús», tuviera, a un mismo tiempo, la posibilidad de morir, en lo que le corresponde como hombre, y la imposibilidad de morir, en lo que le corresponde como Dios.

Así, pues, el Dios verdadero nació con una naturaleza humana íntegra y perfecta, manteniendo intacta su propia condición divina y asumiendo totalmente la naturaleza humana, es decir, la que creó Dios al principio y que luego hizo suya para restaurarla.

Pues aquella que introdujo el Engañador y que admitió el hombre engañado, no afectó lo más mínimo al Salvador. Ni del hecho de que haya participado de la debilidad de los hombres, se sigue que haya participado de nuestros delitos.

Asumió la forma de siervo sin la mancha del pecado, enriqueciendo lo humano sin empobrecer lo divino. Pues, el anonadamiento, por el que se manifestó visiblemente quien de por sí era invisible, y por el que aceptó la condición común de los mortales quien era el creador y Señor de todas las cosas, fue una inclinación de su misericordia, no una pérdida de su poder. Por lo tanto, el que subsistiendo en la categoría de Dios hizo al hombre, ese mismo se hizo hombre en la condición de esclavo.

Entra, pues, en lo más bajo del mundo el Hijo de Dios, descendiendo del trono celeste pero sin alejarse de la gloria del Padre, engendrado de una manera nueva por una nueva natividad.

De una nueva forma, porque, invisible por naturaleza, se ha hecho visible en nuestra naturaleza; incomprensible, ha querido ser comprendido; el que permanecía fuera del tiempo ha comenzado a existir en el tiempo; dueño del universo, ha tomado la condición de esclavo ocultando el resplandor de su gloria; el impasible, no desdeñó hacerse hombre pasible, y el inmortal, someterse a las leyes de la muerte.

El mismo que es Dios verdadero, es también hombre verdadero. No hay en esta unión engaño alguno, pues la limitación humana y la grandeza de Dios se relacionan de modo inefable.

A1 igual que Dios no cambia cuando se compadece, tampoco el hombre queda consumido por la dignidad divina. Cada una de las dos formas actúa en comunión con la otra, haciendo cada una lo que le es propio: el Verbo actúa lo que compete al Verbo, y la carne realiza lo propio de la carne.

La forma de Dios resplandece en los milagros, la forma de siervo soporta los ultrajes. Y de la misma forma que el Verbo no se aleja de la igualdad de la gloria del Padre, tampoco su carne pierde la naturaleza propia de nuestro linaje.

Es uno y el mismo, verdadero Hijo de Dios y verdadero hijo del hombre. Dios porque «en el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios»; hombre porque la «Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros».

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«Cristo vive en su Iglesia»

Sermón 12, Sobre la pasión del Señor, 3, 6-7; PL 54, 355-357

«No hay duda, amadísimos hermanos, que el Hijo de Dios, habiendo tomado la naturaleza humana, se unió a ella tan íntimamente, que no sólo en aquel hombre que es el primogénito de toda creatura, sino también en todos sus santos, no hay más que un solo y único Cristo; y, del mismo modo que no puede separarse la cabeza de los miembros, así tampoco los miembros pueden separarse de la cabeza.

Aunque no pertenece a la vida presente, sino a la eterna, el que Dios sea todo en todos, sin embargo, ya ahora, él habita de manera inseparable en su templo, que es la Iglesia, tal como prometió él mismo con estas palabras: Mirad, yo estaré siempre con vosotros hasta el fin del mundo. Por tanto, todo lo que el Hijo de Dios hizo y enseñó con miras a la reconciliación del mundo no sólo lo conocernos por el relato de sus hechos pretéritos, sino que también lo experimentamos por la eficacia de sus obras presentes.

Él mismo, nacido de la Virgen Madre por obra del Espíritu Santo, es quien fecunda con el mismo Espíritu a su Iglesia incontaminada, para que, mediante la regeneración bautismal, una multitud innumerable de hijos sea engendrada para Dios, de los cuales se afirma que traen su origen no de la sangre, ni del deseo carnal, ni de la voluntad del hombre, sino del mismo Dios. Es en él mismo en quien es bendecida la posteridad de Abrahán por la adopción del mundo entero, y en quien el patriarca se convierte en padre de las naciones, cuando los hijos de la promesa nacen no de la carne, sino de la fe. Él mismo es quien, sin exceptuar pueblo alguno, constituye, de cuantas naciones hay bajo el cielo, un solo rebaño de ovejas santas, cumpliendo así día tras día lo que antes había prometido: Tengo otras ovejas que no son de este redil; es necesario que las recoja, y oirán mi voz, para que se forme un solo rebaño y un solo pastor.

Aunque dijo a Pedro, en su calidad de jefe: Apacienta mis ovejas, en realidad es él solo, el Señor, quien dirige a todos los pastores en su ministerio; y a los que se acercan a la piedra espiritual él los alimenta con un pasto tan abundante y jugoso, que un número incontable de ovejas, fortalecidas por la abundancia de su amor, están dispuestas a morir por el nombre de su pastor, como él, el buen Pastor, se dignó dar la propia vida por sus ovejas.

Y no sólo la gloriosa fortaleza de los mártires, sino también la fe de todos los que renacen en el bautismo, por el hecho mismo de su regeneración, participan en sus sufrimientos. Así es como celebramos de manera adecuada la Pascua del Señor, con ázimos de pureza y de verdad: cuando, rechazando la antigua levadura de maldad, la nueva creatura se embriaga y se alimenta del Señor en persona. La participación del cuerpo y de la sangre del Señor, en efecto, nos convierte en lo mismo que tomamos y hace que llevemos siempre en nosotros, en el espíritu y en la carne, a aquel junto con el cual hemos muerto, bajado al sepulcro y resucitado."

* * * * *

«La misericordia de Dios para con los penitentes»

«Quienes anunciaron la verdad y fueron ministros de la gracia divina; cuantos desde el comienzo hasta nosotros trataron de explicar en sus respectivos tiempos la voluntad salvífica de Dios hacia nosotros, dicen que nada hay tan querido ni tan estimado de Dios como el que los hombres, con una verdadera penitencia, se conviertan a él.

Y para manifestarlo de una manera más propia de Dios que todas las otras cosas, la Palabra divina de Dios Padre, el primero y único reflejo insigne de la bondad infinita, sin que haya palabras que puedan explicar su humillación y descenso hasta nuestra realidad, se dignó mediante su encarnación convivir con nosotros; y llevó a cabo, padeció y habló todo aquello que parecía conveniente para reconciliarnos con Dios Padre, a nosotros que éramos sus enemigos; de forma que, extraños como éramos a la vida eterna, de nuevo nos viéramos llamados a ella.

Pues no solo sanó nuestras enfermedades con la fuerza de los milagros; sino que, habiendo aceptado las debilidades de nuestras pasiones y el suplicio de la muerte, como si él mismo fuera culpable, siendo así que se hallaba inmune de toda culpa, nos liberó, mediante el pago de nuestra deuda, de muchos y tremendos delitos, y en fin, nos aconsejó con múltiples enseñanzas que nos hiciéramos semejantes a él, imitándole con una calidad humana mejor dispuesta y una caridad más perfecta hacia los demás.

Por ello clamaba: «No vine a llamar a los justos a penitencia, sino a los pecadores». Y también: «No son los sanos los que necesitan del médico, sino los enfermos». Por ello añadió aún que había venido a buscar la oveja que se había perdido, y que precisamente había sido enviado a las ovejas que habían perecido de la casa de Israel. Y, aunque no con tanta claridad, dio a entender lo mismo con la parábola de la dracma perdida: que había venido para recuperar la imagen empañada con la fealdad de los vicios. Y acaba: «En verdad os digo que hay alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta».

Así también, alivió con vino, aceite y vendas al que había caído en manos de ladrones y, desprovisto de toda vestidura, había sido abandonado medio muerto a causa de los malos tratos; después de subirlo sobre su cabalgadura, le dejó en el mesón para que le cuidaran; y después de haber dejado lo que parecía suficiente para su cuidado, prometió dar a su vuelta lo que hubiera quedado pendiente.

Consideró como padre excelente a aquel hombre que esperaba el regreso de su hijo pródigo y le abrazó porque volvía con disposición de penitencia, y le agasajó a su vez con amor paterno y no pensó en reprocharle nada de todo lo que antes había cometido.

Por la misma razón, después de haber encontrado la ovejilla alejada de las cien ovejas divinas, que erraba por montes y collados, no volvió a conducirla al redil con empujones.y amenazas, ni de malas maneras; sino que lleno de misericordia la devolvió al redil incólume y sobre sus hombros.

Por ello dijo también: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». Y también: «Cargad con mi yugo»; es decir, llama yugo a los mandamientos o vida de acuerdo con el evangelio, y carga, a la penitencia que puede parecer a veces algo más pesada y molesta: «porque mi yugo es llevadero», dice, «y mi carga es ligera».

Y de nuevo, al enseñarnos la justicia y la bondad divina, manda y dice: «Sed santos, sed perfectos, sed misericordiosos, como lo es vuestro Padre celestial». Y: «Perdonad y se os perdonará». Y: «Todo cuanto queráis que los hombres os hagan, hacédselo de la misma manera vosotros a ellos».


Fonte:

Evangelho Cotidiano

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